LA IGLESIA

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CATALINA PADILLA - JESICA BURBANO

sábado, 10 de abril de 2010


FINALES DE LA EDAD MEDIA.

Si queremos referirnos a la modernidad debemos en principio hablar de los hechos que dieron fin a la época medieval como también de los acontecimientos que marcaron el inicio de la época moderna.

LAS CRUZADAS

Cruzadas, expediciones militares realizadas por los cristianos de Europa occidental, normalmente a petición del Papa, que comenzaron en 1095 y cuyo objetivo era recuperar Jerusalén y otros lugares de peregrinación en Palestina, en el territorio conocido por los cristianos como Tierra Santa, que estaban bajo control de los musulmanes. Los historiadores no se ponen de acuerdo respecto a su finalización, y han propuesto fechas que van desde 1270 hasta incluso 1798, cuando Napoleón I conquistó Malta a los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, una orden militar establecida en esa isla durante las Cruzadas. El vocablo cruzada (de ‘cruz’, el emblema de los cruzados) se aplicó también, especialmente en el siglo XIII, a las guerras contra los pueblos paganos, contra los herejes cristianos y contra los enemigos políticos del Papado. Por extensión, el término se emplea para describir cualquier guerra religiosa o política y, en ocasiones, cualquier movimiento político o moral.

En respuesta a la proclama realizada por el papa Urbano II en 1095 predicando una Cruzada a Tierra Santa, las fuerzas cristianas de Europa occidental se concentraron en Constantinopla, donde se unieron al ejército bizantino para atacar a las tropas Selyúcidas de Anatolia y a las musulmanas de Siria y Palestina. Hacia el 1099, los antiguos territorios bizantinos de Asia Menor fueron reconquistados y, como resultado de la primera Cruzada, se establecieron cuatro reinos latinos en Tierra Santa; no obstante, estas regiones sufrieron repetidos ataques de las fuerzas musulmanas. Las cruzadas que se emprendieron en los dos siglos siguientes aliviaron el problema de superpoblación de Europa, pero no se obtuvo un éxito similar al de la primera


CONTEXTO HISTÓRICO

El origen de las Cruzadas está enraizado en el cataclismo político que resultó de la expansión de los Selyúcidas en el Próximo Oriente a mediados del siglo XI. La conquista de Siria y Palestina llevada a cabo por los Selyúcidas islámicos alarmó a los cristianos de occidente. Otros invasores turcos también penetraron profundamente en el igualmente cristiano Imperio bizantino y sometieron a griegos, sirios y armenios cristianos a su soberanía. Las Cruzadas fueron, en parte, una reacción a todos estos sucesos. También fueron el resultado de la ambición de unos papas que buscaron ampliar su poder político y religioso. Los ejércitos cruzados fueron, en cierto sentido, el brazo armado de la política papal.

En un esfuerzo por entender por qué los cruzados las llevaron a cabo, los historiadores han apuntado como razones el dramático crecimiento de la población europea y la actividad comercial entre los siglos XII y XIV. Las Cruzadas, por tanto, se explican como el medio de encontrar un amplio espacio donde acomodar parte de esa población en crecimiento; y como el medio de dar salida a las ambiciones de nobles y caballeros, ávidos de tierras. Las expediciones ofrecían, como se ha señalado, ricas oportunidades comerciales a los mercaderes de las pujantes ciudades de occidente, particularmente a las ciudades italianas de Génova, Pisa y Venecia.

Aunque estas explicaciones acerca de las Cruzadas quizá tengan alguna validez, los avances en la investigación sobre el tema indican que los cruzados no pensaron encontrarse con los peligros de enfermedades, las largas marchas terrestres y la posibilidad de morir en combate en tierras lejanas. Las familias que quedaron en Europa tuvieron que combatir en muchas ocasiones durante largos periodos de tiempo para mantener sus granjas y sus posesiones. La idea de que los cruzados obtuvieron grandes riquezas es cada vez más difícil de justificar; la Cruzada fue un asunto extremadamente caro para un caballero que tuviera el propósito de actuar en Oriente si se costeaba por sí mismo la expedición, ya que probablemente le suponía un gasto equivalente a cuatro veces sus ingresos anuales.

Sin embargo, a pesar de ser una empresa peligrosa, cara y que no daba beneficios, las Cruzadas tuvieron un amplio atractivo para la sociedad contemporánea. Su popularidad se cimentó en la comprensión de la sociedad que apoyó este fenómeno. Era una sociedad de creyentes, y muchos cruzados estaban convencidos de que su participación en la lucha contra los infieles les garantizaría su salvación espiritual. También era una sociedad militarista, en la que las esperanzas y las ambiciones estaban asociadas con hazañas militares.


LA PRIMERA CRUZADA

Las Cruzadas comenzaron formalmente el jueves 27 de noviembre de 1095, en un descampado a extramuros de la ciudad francesa de Clermont-Ferrand. Ese día, el papa Urbano II predicó a una multitud de seglares y de clérigos que asistían a un concilio de la Iglesia en esa ciudad. En su sermón, el papa esbozó un plan para una Cruzada y llamó a sus oyentes para unirse a ella. La respuesta fue positiva y abrumadora. Urbano encargó a los obispos asistentes al concilio que regresaran a sus localidades y reclutaran más fieles para la Cruzada. También diseñó una estrategia básica según la cual distintos grupos de cruzados iniciarían el viaje en agosto del año 1096. Cada grupo se autofinanciaría y sería responsable ante su propio jefe. Los grupos harían el viaje por separado hasta la capital bizantina, Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía), donde se reagruparían. Desde allí, lanzarían un contraataque, junto con el emperador bizantino y su ejército, contra los Selyúcidas, que habían conquistado Anatolia. Una vez que esa región estuviera bajo control cristiano, los cruzados realizarían una campaña contra los musulmanes de Siria y Palestina, siendo Jerusalén su objetivo fundamental.

LOS EJÉRCITOS CRUZADOS


La primera Cruzada se atuvo en sus líneas generales al esquema previsto por el papa Urbano II. El reclutamiento prosiguió a pasos agigantados durante el resto de 1095 y los primeros meses de 1096. Se reunieron cinco grandes ejércitos nobiliarios a finales del verano de 1096 para iniciar la Cruzada. Gran parte de sus miembros procedían de Francia, pero un significativo número venía del sur de Italia y de las regiones de Lorena, Borgoña y Flandes.

El papa no había previsto el entusiasmo popular que su llamamiento a la Cruzada produjo entre el campesinado y las gentes de las ciudades. Al lado de la Cruzada de la nobleza se materializó otra constituida por el pueblo llano. El grupo más grande e importante de cruzados populares fue reclutado y dirigido por un predicador conocido como Pedro el Ermitaño, natural de Amiens (Francia). Aunque fueron numerosos los participantes en la Cruzada popular, solamente un mínimo porcentaje de ellos pudieron llegar al Próximo Oriente; aún fueron menos los que sobrevivieron para ver la toma de Jerusalén por los cristianos en 1099.

LA CONQUISTA DE ANATOLIA

Los ejércitos cruzados de la nobleza llegaron a Constantinopla entre noviembre de 1096 y mayo de 1097. El emperador bizantino Alejo I Comneno presionó a los cruzados para que le devolvieran cualquier antiguo territorio del Imperio bizantino que conquistaran. Los jefes cruzados se sintieron agraviados por esas demandas y, aunque la mayoría en última instancia accedió, comenzaron a sospechar de los bizantinos.

En mayo de 1097, los cruzados atacaron su primer gran objetivo, la capital turca de Anatolia, Nicea (la actual ciudad de Iznik en Turquía). En junio, la ciudad se rindió a los bizantinos, antes que a los cruzados. Esto confirmó las sospechas de que Alejo intentaba utilizarlos como peones para lograr sus propios objetivos.

Muy poco después de la caída de Nicea, los cruzados se encontraron con el principal ejército Selyúcida de Anatolia en Dorilea (cerca de la actual Eskisehir, en Turquía). El 1 de julio de 1097, los cruzados obtuvieron una gran victoria y casi aniquilaron al ejército turco. Como consecuencia, los cruzados encontraron escasa resistencia durante el resto de su campaña en Asia Menor. El siguiente gran objetivo fue la ciudad de Antioquía (la actual Antakya, en Turquía) en el norte de Siria. Los cruzados pusieron sitio a la ciudad el 21 de octubre de 1097, pero no cayó hasta el 3 de junio de 1098. Tan pronto como los cruzados hubieron tomado Antioquía, fueron atacados por un nuevo ejército turco, procedente de Mosul (en el actual Irak), que llegó demasiado tarde para auxiliar a los defensores turcos de Antioquía. Los cruzados repelieron esta expedición de auxilio el 2 de junio.

Los cruzados permanecieron descansando en Antioquía el resto del verano, y a finales del mes de noviembre de 1098 iniciaron el último tramo de su viaje. Evitaron atacar las ciudades y fortificaciones con el fin de conservar intactas sus tropas. En mayo de 1099 llegaron a las fronteras septentrionales de Palestina y al atardecer del 7 de junio acamparon a la vista de las murallas de Jerusalén.

La ciudad estaba por aquel entonces bajo control egipcio; sus defensores eran numerosos y estaban bien preparados para resistir un sitio. Los cruzados atacaron con la ayuda de refuerzos llegados de Génova y con unas recién construidas máquinas de asedio. El 15 de julio tomaron por asalto Jerusalén y masacraron a casi todos sus habitantes. Según la concepción de los cruzados, la ciudad quedó purificada con la sangre de los infieles.

Una semana más tarde el ejército eligió a uno de sus jefes, Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena, como gobernante de la ciudad. Bajo su liderazgo, los cruzados realizaron su última campaña militar y derrotaron a un ejército egipcio en Ascalón (ahora Ashqelon, Israel) el 12 de agosto. No mucho más tarde, la mayoría de los cruzados regresó a Europa, dejando a Godofredo y un pequeño retén de la fuerza original para organizar y establecer el gobierno y el control latino (o europeo occidental) sobre los territorios conquistados.

EL APOGEO DEL PODERÍO LATINO EN EL ORIENTE

Tras la conclusión de la primera Cruzada los colonos europeos en el Levante establecieron cuatro estados, el más grande y poderoso de los cuales fue el reino latino de Jerusalén. Al norte de este reino, en la costa de Siria, se encontraba el pequeño condado de Trípoli. Más allá de Trípoli estaba el principado de Antioquía, situado en el valle del Orontes. Más al este aparecía el condado de Edesa (ahora Urfa, Turquía), poblado en gran medida por cristianos armenios.

Los logros de la primera Cruzada se debieron en gran medida al aislamiento y relativa debilidad de los musulmanes. Sin embargo, la generación posterior a esta Cruzada contempló el inicio de la reunificación musulmana en el Próximo Oriente bajo el liderazgo de Imad al-Din Zangi, gobernante de Mosul y Halab (actualmente en el norte de Siria). Bajo el mando de Zangi, las tropas musulmanas obtuvieron su primera gran victoria contra los cruzados al tomar la ciudad de Edesa en 1144, tras lo cual desmantelaron sistemáticamente el Estado cruzado en la región.

La respuesta del Papado a estos sucesos fue proclamar la segunda Cruzada a finales de 1145. La nueva convocatoria atrajo a numerosos expedicionarios, entre los cuales destacaron el rey de Francia Luis VII y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Conrado III. El ejército germano de Conrado partió de Nuremberg (en la actual Alemania) en mayo de 1147 rumbo a Jerusalén. Las tropas francesas marcharon un mes más tarde. Cerca de Dorilea las tropas germanas fueron puestas en fuga por una emboscada turca. Desmoralizados y atemorizados, la mayor parte de los soldados y peregrinos regresó a Europa. El ejército francés permaneció más tiempo, pero su destino no fue mucho mejor y sólo una parte de la expedición original llegó a Jerusalén en 1148. Tras deliberar con el rey Balduino III de Jerusalén y sus nobles, los cruzados decidieron atacar Damasco en julio. La fuerza expedicionaria no pudo tomar la ciudad y, muy poco más tarde de este ataque infructuoso, el rey francés y lo que quedaba de su ejército regresaron a su país.

SALADINO Y LA TERCERA CRUZADA

El fracaso de la segunda Cruzada permitió la reunificación de las potencias musulmanas. Zangi había muerto en 1146, pero su sucesor, Nur al-Din, convirtió su Imperio en la gran potencia del Próximo Oriente. En 1169, sus tropas, bajo el mando de Saladino, obtuvieron el control de Egipto. Cuando Nur al-Din falleció cinco años más tarde, Saladino le sucedió como gobernante del Estado islámico que se extendía desde el desierto de Libia hasta el valle del Tigris, y que rodeaba los estados cruzados que todavía existían por tres frentes. Después de una serie de crisis en la década de 1180, Saladino finalmente invadió el reino de Jerusalén con un enorme ejército en mayo de 1187. El 4 de julio derrotó de forma definitiva al ejército cristiano en Hattin (Galilea). Aunque el rey de Jerusalén, Gui de Lusignan, junto con alguno de sus nobles, se rindió y sobrevivió, todos los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén fueron degollados en el campo de batalla o en sus proximidades. Saladino, tras esta victoria, se apoderó de la mayor parte de las fortalezas de los cruzados en el reino de Jerusalén, incluida esta ciudad, que se rindió el 2 de octubre. En ese momento la única gran ciudad que todavía poseían los cruzados era Tiro, en el Líbano.

El 29 de octubre de 1187, el papa Gregorio VIII proclamó la tercera Cruzada. El entusiasmo de los europeos occidentales fue grande y a sus filas se apuntaron tres grandes monarcas: el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico I, el rey francés Felipe II Augusto y el monarca de Inglaterra Ricardo I Corazón de León. Estos reyes y sus numerosos seguidores constituyeron la fuerza cruzada más grande que había tenido lugar desde 1095, pero el resultado de todo este esfuerzo fue pobre. Federico murió en Anatolia mientras viajaba a Tierra Santa y la mayor parte de su ejército regresó a Alemania de forma inmediata a su muerte. Aunque tanto Felipe II como Ricardo I Corazón de León llegaron a Palestina con sus ejércitos intactos, fueron incapaces de reconquistar Jerusalén o buena parte de los antiguos territorios del reino latino. Lograron, sin embargo, arrancar del control de Saladino una serie de ciudades, incluida Acre (ahora en Israel), a lo largo de la costa mediterránea. Hacia el mes de octubre de 1192, cuando Ricardo I Corazón de León partió de Palestina, el reino latino había sido restablecido. Este segundo reino, mucho más reducido que el primero y considerablemente más débil tanto en lo militar como en lo político, perduró en condiciones precarias un siglo más.

LAS ÚLTIMAS CRUZADAS

Las posteriores Cruzadas no obtuvieron los éxitos militares que había tenido la tercera Cruzada. La cuarta, que duró dos años, desde 1202 hasta 1204, estuvo plagada de dificultades financieras. En un esfuerzo para aliviarlas, los jefes cruzados acordaron atacar Constantinopla en concierto con los venecianos y aspirar al trono del Imperio bizantino. Los cruzados lograron tomar Constantinopla, que fue saqueada sin misericordia. El Imperio Latino de Constantinopla, creado así por esta Cruzada, sobrevivió hasta 1261, fecha en la que el emperador bizantino Miguel VIII Paleólogo retomó Constantinopla. Todo ello no contribuyó en nada a la defensa de Tierra Santa.

En 1208, en un contexto y en un territorio muy distintos, el papa Inocencio III proclamó una Cruzada contra los albigenses, una secta religiosa, en el sur de Francia. La consiguiente Cruzada fue la primera que tuvo lugar en Europa occidental. Duró desde 1209 hasta 1229 y causó un gran derramamiento de sangre.

La primera ofensiva de la quinta Cruzada (1217-1221) tenía como objetivo capturar el puerto egipcio de Damietta (Dumyat), lo cual consiguió en 1219. La estrategia posterior requería un ataque contra Egipto, la toma de El Cairo y otra campaña para asegurar el control de la península del Sinaí. Sin embargo, la ejecución de esta estrategia no obtuvo todos sus objetivos. El ataque contra El Cairo se abandonó cuando los refuerzos que había prometido el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II, no se materializaron. En agosto de 1221 los cruzados se vieron obligados a rendir Damietta a los egipcios y en septiembre el ejército cristiano se dispersó.

FEDERICO II

La Cruzada que llevó a cabo el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II se diferenció de las anteriores en su forma de enfocar la cuestión. Federico II había prometido dirigir una Cruzada en 1215 y renovó su compromiso en 1220, pero por razones políticas internas del Imperio estuvo posponiendo su salida. Bajo la amenaza de la excomunión del papa Gregorio IX, Federico y su ejército embarcaron finalmente en Italia en agosto de 1227, pero regresaron a puerto pocos días más tarde, cuando el emperador cayó enfermo. El papa, exasperado por otro retraso más, rápidamente excomulgó al emperador. Una vez recuperada su salud, Federico marchó a Tierra Santa en junio de 1228, como un cruzado anónimo, sin la protección de la Iglesia. Federico llegó a Acre, donde encontró que la mayor parte de su ejército se había dispersado. No obstante, no tenía intención de combatir si se podía recuperar Jerusalén mediante una negociación diplomática con el sultán egipcio Al-Kamil. Esas negociaciones dieron como resultado un tratado de paz por el cual los egipcios devolvían Jerusalén a los cruzados, que garantizó una tregua durante 10 años. A pesar de este éxito, Federico era esquivado por los líderes seglares de los estados latinos y por el clero, dado que estaba excomulgado. Al mismo tiempo, el papa proclamó otra cruzada, esta vez contra Federico; reclutó un ejército y procedió a atacar las posesiones italianas del emperador. Federico regresó a Europa en mayo de 1229 para hacer frente a esta amenaza.

LUIS IX

Transcurrieron casi 20 años entre la Cruzada de Federico y la siguiente gran expedición al Próximo Oriente, organizada y financiada por el rey Luis IX de Francia y motivada por la reconquista de Jerusalén por parte de los musulmanes en 1244. Luis pasó cuatro años haciendo cuidadosos planes y preparativos para su ambiciosa expedición. A finales de agosto de 1248, Luis y su ejército marcharon hasta la isla de Chipre, donde permanecieron todo el invierno y continuaron los preparativos. Siguiendo la misma estrategia que la quinta Cruzada, Luis y sus seguidores desembarcaron en Egipto, el 5 de junio de 1249, y al día siguiente tomaron Damietta. El siguiente paso en su campaña, el ataque a El Cairo en la primavera de 1250, acabó siendo una catástrofe. Los cruzados no pudieron mantener sus flancos, por lo que los egipcios retuvieron el control de los depósitos de agua a lo largo del Nilo. Los egipcios abrieron las esclusas, provocando inundaciones, que atraparon a todo el ejército cruzado, y Luis IX fue forzado a rendirse en abril de 1250. Tras pagar un enorme rescate y entregar Damietta, Luis marchó por mar a Palestina, donde pasó cuatro años edificando fortificaciones y consolidando las defensas del reino latino. En la primavera de 1254 regresó con su ejército a Francia.

El rey Luis IX también organizó la última gran Cruzada, en 1270. En esta ocasión la respuesta de la nobleza francesa fue poco entusiasta y la expedición se dirigió contra la ciudad de Túnez y no contra Egipto. Acabó súbitamente cuando Luis murió en Túnez en el verano de 1270.

Mientras tanto, las fortificaciones fronterizas que todavía le quedaban al Imperio Latino en Siria y Palestina se vieron sometidas a una presión incesante por parte de las fuerzas egipcias. Una a una, las ciudades y castillos de los estados cruzados cayeron en manos de los potentes ejércitos mamelucos. La última plaza fuerte, la ciudad de Acre, fue tomada el 18 de mayo de 1291 y los pobladores cruzados, junto con las órdenes militares de los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios, buscaron refugio en Chipre. Alrededor de 1306, estos últimos se establecieron en la isla de Rodas, la cual administraron como un virtual Estado independiente y fue la última plaza fuerte en el Mediterráneo hasta su rendición a los turcos en 1522. En 1570, Chipre, por aquel entonces bajo la soberanía de Venecia, también fue conquistada por los turcos. Los otros estados latinos que se establecieron en Grecia como consecuencia de la cuarta Cruzada sobrevivieron hasta la mitad del siglo XV.


CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS

La expulsión de los latinos de Tierra Santa no puso fin a los esfuerzos de los cruzados, pero la respuesta de los reyes europeos y de la nobleza a nuevas convocatorias de Cruzadas fue débil, y las posteriores expediciones se llevaron a cabo sin ningún éxito. Dos siglos de Cruzadas habían dejado poca huella en Siria y Palestina, salvo numerosas iglesias, fortificaciones y una serie de impresionantes castillos, como los de Marqab, en la costa de Siria, Montreal, en la Transjordania, el krak de los Caballeros, cerca de Trípoli y Monfort, cerca de Haifa (Israel). Los efectos de las Cruzadas se dejaron sentir principalmente en Europa, no en el Próximo Oriente. Los cruzados habían apuntalado el comercio de las ciudades italianas, habían generado un interés por la exploración del Oriente y habían establecido mercados comerciales de duradera importancia. Los experimentos del Papado y de los monarcas europeos para obtener los recursos monetarios para financiar las Cruzadas condujeron al desarrollo de sistemas de impuestos directos de tipo general, que tuvieron consecuencias a largo plazo para la estructura fiscal de los estados europeos. Aunque los estados latinos en el Oriente tuvieron una corta vida, la experiencia de los cruzados estableció unos mecanismos que generaciones posteriores de europeos usarían y mejorarían, al colonizar los territorios descubiertos por los exploradores de los siglos XV y XVI.
EL MOVIMIENTO CONCILIADOR.
HUMANISMO CRISTIANO.
FIN DEL IMPERIO BIZANTINO EN 1453.
Imperio bizantino es el término historiográfico utilizado desde el siglo XVIII para referirse al Imperio romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este imperio cristiano se encontraba en Constantinopla, de cuyo nombre antiguo, Bizancio, fue creado el término Imperio bizantino por la erudición ilustrada de los siglos XVII y XVIII.
En tanto que continuación de la parte oriental del Imperio romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el Emperador Constantino I el Grande trasladó la capital a la antigua Bizancio; continuó con la escisión definitiva del Imperio en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio I, con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del Ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio romano.
A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, pese a lo cual continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comneno, en el siglo XII, el Imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, y contribuyó a preservar Europa Occidental de la expansión del Islam. Fue uno de los principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.
DECLIVE DEL IMPERIO (1056 – 1261)
Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales a la aristocracia y a miembros de su propia familia.[]
En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados bizantinos. Con la inesperada derrota en la batalla de Manzikert (1071) del Emperador Romano IV a manos de Alp Arslan, sultán de los turcos selyúcidas, culminando así la hegemonía bizantina en Asia Menor. Los intentos posteriores de los emperadores Commenos por reconquistar los territorios perdidos serán totalmente infructuosos. Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota frente a los selyúcidas en Miriocéfalo en 1176.
En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dyrrachium, en Iliria, desde donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La muerte de Roberto Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se llevasen a efecto. Sin embargo, pocos años después, la Primera Cruzada se convertiría en un quebradero de cabeza para el emperador Alejo I Comneno. Se discute si fue el propio Emperador el que solicitó la ayuda de Occidente para combatir contra los turcos. Aunque teóricamente se habían comprometido a poner bajo la autoridad de Bizancio los territorios sometidos, los cruzados terminaron por establecer varios Estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén.
Los alemanes del Sacro Imperio y los normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron atacando el Imperio durante el siglo XII. Las ciudades-Estado y repúblicas italianas como Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había concedido derechos comerciales en Constantinopla, se convirtieron en los objetivos de sentimientos anti-occidentales debido al resentimiento existente hacia los francos o latinos. A los venecianos en especial les importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo en cuenta que su flota de barcos era la base de la marina bizantina.
El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este tiempo, Serbia, bajo Esteban Dushan, de la Dinastía Nemanjić, se fortaleció aprovechando el desmoronamiento de Bizancio, iniciando un proceso que culminaría cuando en 1346 se constituyera el Imperio Serbio.
EL FINAL: ELSITIO TURCO.
La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la de una prologada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204, y en el Mediterráneo la superioridad naval veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio, convertido en uno más de numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón y dos devastadoras guerras civiles.
Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas safávidas estaban demasiado divididos para poder atacar, pero finalmente los turcos otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas a excepción de un número de ciudades portuarias. (Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio otomano— procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida bajo el mando de un líder llamado Osmán I Gazi, que daría el nombre a la dinastía otomana u osmanlí).
El Imperio apeló a Occidente en busca de ayuda, pero los diferentes Estados ponían como condición la reunificación de la iglesia católica y la ortodoxa. La unidad de las iglesias fue considerada, y ocasionalmente llevada a cabo por decreto legal, pero los ciudadanos ortodoxos no aceptarían el catolicismo romano. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos conquistaron los territorios restantes.
Constantinopla fue en un principio desestimada en pos de su conquista debido a sus poderosas defensas, pero con el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían sido impenetrables excepto para la Cuarta Cruzada durante más de 1.000 años— ya no ofrecían la protección adecuada frente a los otomanos. La Caída de Constantinopla finalmente se produjo después de un sitio de 2 meses llevado a cabo por Mehmet II el 29 de mayo de 1453. El último Emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos, que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Mehmet II también conquistó Mistra en 1460 y Trebisonda en 1461.

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