LA IGLESIA

LA IGLESIA
CATALINA PADILLA - JESICA BURBANO

lunes, 1 de febrero de 2010


EDAD MEDIA
Siglo V :

El monacato: El monacato proviene de la vida solitaria altamente cristiana (de la palabra griega "monos" - solo, o de la rusa "ínok" - distinto) con el continuo esfuerzo para llegar a la perfección espiritual. El monje (o la monja) es la persona que ha rehusado (abnegado) el mundo para dedicarse a la oración y al cumplimiento de todos los mandamientos evangélicos, incluyendo la obediencia (la negación de su propia voluntad), la paciencia y la castidad. Por cuanto la meta del monacato en resumen consiste en la imitación de Cristo, los monjes que pudieron llegar a tal bienaventurado estado se denominan imitadores (de Cristo).
Principio del monacato en el Antiguo Testamento. Monaquismo en el Nuevo Testamento. Causas del desarrollo del monacato en el siglo IV y siguientes. El alejamiento del mundo y la vida devota en medio de privaciones ya se elegían por muchos justos del Antiguo Testamento (Hebr. 11:37-38). El monaquismo cristiano comenzó en la época apostólica. Vida casta tenían la Siempre Doncella María, San Juan el Precursor, los apóstoles Pablo, Juan, Santiago y muchos otros. Los monasterios, masculinos y femeninos, son conocidos en la historia ya a partir de los siglos II y III, aunque la información más detallada acerca de su vida está perdida. Un desarrollo particular adquirió el monacato en el siglo IV y los siguientes, ya que en esa época los cristianos no estaban amenazados por torturas y la muerte. El cristianismo se hizo universal, ya no se precisaba la valentía de antaño y adoptaron el cristianismo numerosos gentiles. Simultáneamente se debilitó la piedad. Entonces un número considerable de cristianos devotos empezaron a abandonar este mundo pecador de acuerdo con el consejo del Apóstol: "Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa inmunda, y Yo os recibiré y seré vuestro Padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor todopoderoso" (2 Cor. 6:17-18; Isaías 52:11; Jer. 3:19; Os. 1:10).
El monacato puede tener formas diferentes: Congregación: Congregación que comprende la vida en común de los monjes, que poseen el servicio divino compartido, la reflexión en común, la idéntica obediencia al abate (igúmeno) y trabajo comunitario.
Silencio, Skit, eremita, reclusión. Anacoretas y ascetas. El silencio mancomunado caracteriza la vida cenobita de cierto número limitado de monjes que no tienen propiedad privada y llevan a cabo en sus celdas el individual servicio divino, pero los sábados y domingos se reúnen en una iglesia. El monasterio dispuesto de esta manera se denomina Skit o cenobio.
La vida eremítica es la vida recluida del monje. Existen ermitaños: los anacoretas tienen vida solitaria viviendo en una celda monástica y los moradores del desierto tienen una vida apartada en un yermo.

Abstención: ascetas. El monacato adquirió formas bien organizadas en el tiempo de San Antonio el Grande, San Pacomio y San Basilio en el siglo IV.
San Antonio el Grande. Escritos de San Antonio el Grande. San Antonio el Grande nació en familia de padres ricos. Teniendo 18 años de edad, cuando se quedó solo con su hermana, escuchó en la iglesia las palabras de Cristo: "Si quieres ser perfecto, vende tu hacienda, dale la plata a los pobres y sígueme" (Mat. 19:21), acto seguido entregó a los pobres su herencia, dedicó su hermana a las vírgenes cristianas y comenzó su hazaña de monacato. Al principio vivió solo en el desierto dedicándose a la oración, los ayunos, los trabajos físicos y a la lucha contra pensamientos pecaminosos y vanos, y contra los demonios. A los 20 años empezaron a acompañarlo discípulos y se convirtió en maestro para muchos moradores del desierto. En un yermo muy lejano encontró a San Pablo de Tebas, quien permaneció allí 90 años. El Santo recibía allá el alimento milagrosamente por medio de un cuervo. San Antonio vivió en el desierto más de 80 años convirtiéndose en un gran maestro para los monjes y todos los cristianos. Hasta nosotros llegaron sus sermones y el estatuto de la vida ermitaña.
Ermitas, cenobitas y lauras. San Antonio perfeccionó el monacato de silencio (de anacoretas). Los monjes de esta clase se desempeñaban en los cenobios (skites). Varios cenobios unidos bajo poder de un solo abad (abba) adquirieron el nombre de Laura.
San Antonio el Grande falleció a mediados del siglo IV a la edad de 106 años.
Monacato cenobita. San Pacomio el Grande. El monacato cenobita (los monasterios) adquirió su aspecto actual en el tiempo de San Pacomio el Grande. Siendo gentil instruido, admiró la piedad de los cristianos a los cuales pudo conocer cumpliendo con el servicio militar. Se bautizó y se apartó al desierto. Allí, sobre las orillas del Nilo, fundó varios monasterios, en los cuales fueron enclaustrados 7.000 monjes. Sobre el otro lado del Nilo fundó un monasterio de monjas, cuya primera abadesa fue su hermana.
Los monasterios se dirigían de acuerdo con un reglamento, cuya base constituían: La oración, el ayuno, la castidad, la humildad, la negación de todo lo terreno y la absoluta obediencia. Todos los monjes rezaban en conjunto, trabajaban y comían una vez por día o dos veces en los días festivos. Cada uno de ellos apuntaba sus pecados y los confesaba a menudo. Todos tenían obligación de estudiar sagrados libros.
Pasados 100 años después de la muerte de San Pacomio el Grande, el número de los monjes en sus monasterios creció hasta 70000.
Monasterios de Nitra. Monacato en Palestina, Asia Menor y Grecia. En otra parte de Egipto, el desierto de Nitra, el abba Amón, discípulo de San Antonio el Grande, fundó su monasterio. En el mismo desierto pronto surgieron hasta 50 monasterios con un total de 5.000 monjes. Otro discípulo de San Antonio, Hilaron, fundó monasterios en Palestina. En Asia Menor los monasterios fueron organizados por San Basilio el Grande, quien había redactado para ellos su reglamento, el cual es válido hasta la actualidad. En Grecia el monacato se desarrolló de un modo particular en la península Athos (el Santo Monte), donde aún hoy en día existen varias decenas de cenobios y 20 monasterios. De ahí el mismo transitó a Rusia.
Columnismo y necedad en Cristo. Además de la vida eremítica y cenobítica se conocen otras dos formas de hazañas piadosas: el Columnismo (practicado por ilustre Simeón de la Columna en el siglo V, y otros), o sea la plegaria ininterrumpida sobre una columna o torre, y la locura en Cristo. Los supuestos locos fingían ser desprovistos de razón con el fin de ocultar de esta manera su santidad y evitar alabanzas que conducirían a la vana gloria. De entre ellos se destaca particularmente San Andrés el loco por Cristo quien fue honrado por la visita de la Santísima Madre de Dios, lo que se recuerda en el día de la fiesta del Manto de la Santísima Madre de Dios, mientras que entre los locos en Cristo rusos se destacó el santo Basilio el Beato.
Monacato en el Occidente. Desde el Oriente el monacato se difundió hacia el Occidente. San Benito de Nursia (siglo VI) fundó monacato estudioso.
Importancia del monacato. El monacato tuvo gran importancia a lo largo de toda la historia eclesiástica. Los monasterios servían al prójimo y eran centros y ejemplos de piedad, fe inalterada (defensores contra las herejías), filantropía e instrucción. Por consiguiente, ya desde las más remotas épocas se estableció la tradición de ascender a la máxima dignidad del episcopado de entre los monjes.





Diseminación del cristianismo en Europa central y oriental:

Santos Cirilo y Metodius traducen la Biblia y la liturgia en la Iglesia Eslava en el siglo IX.

El Bautismo de Kiev en 988 disemina el cristianismo por toda Rusia, estableciendo la identidad cristiana oriental de Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

Iglesia Cristiana y Estado en el medioevo occidental:


Órdenes monásticas : Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada jerarquía con el papa como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El Papado no sólo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa gracias a la diplomacia y a la administración de justicia (en este caso mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos). Además las órdenes monásticas crecieron y prosperaron participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se imbricaron en la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los cistercienses, desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La espiritualidad altomedieval adoptó un carácter individual, centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del culto a la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenia el mismo carácter emotivo.
Inquisición: Inquisición, institución judicial creada por el pontificado en la edad media, con la misión de localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía. En la Iglesia primitiva la pena habitual por herejía era la excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión estatal en el siglo IV por los emperadores romanos, los herejes empezaron a ser considerados enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado violencia y alteraciones del orden público. San Agustín aprobó con reservas la acción del Estado contra los herejes, aunque la Iglesia en general desaprobó la coacción y los castigos físicos.
La conversión del mundo mediterráneo: se da gracias al aporte que hace
Jerónimo de Estridón al Cristianismo. El fue un erudito bíblico, padre y doctor de la Iglesia, cuya obra más importante fue la Vulgata, traducción de la Biblia al latín. Eusebius Hieronymus, su nombre en latín, nació en Estridon, en la frontera entre las provincias romanas de Dalmacia (en la actual Croacia) y Panonia (en la actual Eslovenia), hacia el año 345. De formación pagana, después de estudiar en Roma y viajar a Antioquía (donde se convirtió al cristianismo), marchó al desierto y allí vivió como un asceta y estudió las Sagradas Escrituras. En el 379 fue ordenado sacerdote. Pasó tres años en Constantinopla con el padre de la Iglesia oriental san Gregorio Nacianceno. En el 382 regresó a Roma, donde trabajó como secretario y consejero del papa Dámaso I, quien le encargó revisar la antigua traducción de la Biblia (de donde surgieron el Salterio Romano y el Salterio Galo); allí empezó a ser muy influyente. Ejerció como director espiritual de numerosas personas, entre las que se encontraba una noble viuda romana llamada Paula y su hija, con las que peregrinó a Tierra Santa en el 385. Al año siguiente estableció su residencia en Belén, donde Paula (más tarde santa Paula) fundó cuatro monasterios, tres femeninos y uno masculino, este último dirigido por el propio Jerónimo. Allí continuó con sus trabajos (que darían como resultado la aparición de la Vulgata) y polemizó, no sólo con los herejes Joviniano, Vigilantio y los seguidores del pelagianismo, sino también con el monje y teólogo Rufino y con san Agustín de Hipona. A causa de sus conflictos con los pelagianos tuvo que vivir escondido durante dos años. Regresó a Belén, donde falleció poco después. Su festividad se celebra el 30 de septiembre. Su vocación eremítica inspiró a numerosos pintores del renacimiento y del barroco (como El Greco o José de Ribera), que suelen representarle en algunas etapas de su vida con mayor edad de la que realmente tenía.



Desarrollo del cristianismo fuera del mundo mediterráneo: El cristianismo no estuvo restringido a la cuenca Mediterránea y a sus alrededores; en el tiempo de Jesús una gran proporción de población judía vivía en
Mesopotamia, fuera del Imperio romano, especialmente en la ciudad de Babilonia, donde gran parte del Talmud fue desarrollado.
Cristianos de Santo Tomás se establecen en India posiblemente comenzando en 52 y ciertamente hasta antes de 325.
Cristianismo en
Etiopía.
Cristianismo en el
Imperio sasánida
Cristianismo en
Bosnia
El cristianismo llega a las
Islas Británicas
El cristianismo llega a
Irlanda (datado tradicionalmente en 432) y la evolución del cristianismo céltico
Misioneros irlandeses y la diseminación del cristianismo a Bretaña y el norte de Europa.
El establecimiento de la autoridad papal en Irlanda después del
Gran Cisma.
Cristianos
nestorianos viajan por la ruta de la seda para establecer una comunidad en la Dinastía Tang capital de Chang'an, construyendo la Pagoda Daqin en 640.


El gran cisma:

El Cisma de Oriente y Occidente, también conocido como Gran Cisma (aunque a veces también se aplica este término al
Cisma de Occidente) es el nombre dado al evento de mutua excomunión que separó al Papa y a la cristiandad de Occidente, de los patriarcas y cristiandad de Oriente, especialmente del principal de ellos, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla.
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Controversia filioque: En el año 589, durante el Tercer Concilio de Toledo, donde tuvo lugar la solemne conversión de los visigodos al catolicismo, se produjo la añadidura del término filioque (traducible como "y del Hijo"), por lo que el Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo procede no exclusivamente del Padre como decía el credo Niceno, sino del Padre y del Hijo al decir:
Credo in Spiritu Sancto qui ex Patre Filioque procedit ("Creo en el Espíritu Santo, que del Padre y del Hijo procede")
En el año 1009 el nombre del Papa fue retirado de los dícticos del patriarcado de Constantinopla. Se discute todavía entre los historiadores cuál haya sido el motivo de este cambio. Una causa pudo ser el hecho de que el Papa
Sergio IV había enviado al patriarca de Constantinopla una profesión de fe que contuviera el filioque y eso habría provocado la incomprensión de parte del patriarca Sergio II.
En
1014 con motivo de su coronación como emperador de Sacro Imperio, Enrique II solicitó al papa Benedicto VIII la recitación del Credo con la inclusión del filioque. El papa, necesitado del apoyo militar del emperador, accedió a su petición con lo que por primera vez en la historia el filioque se usó en Roma.
Según cuenta un historiador del tiempo,
Rodolfo Glabro, la iglesia griega quería en aquellos primeros años del milenio encontrar una especie de entendimiento con la iglesia latina de manera que «con el consenso del Romano Pontífice la Iglesia de Constantinopla fuese declarada y considerada universal en su propia esfera, así como Roma en el mundo entero».Esto implicaba una doble forma de ser una sola Iglesia católica. El Papa Juan XIX pareció vacilante ante la propuesta de la iglesia griega lo cual le supuso recibir la recriminación de algunos monasterios que estaban por la reforma eclesial.


Origen del cisma de Oriente: En 857 el emperador griego Miguel, llamado el beodo, y su ministro Bardas, expulsaron de su sede de Constantinopla a San Ignacio, que reprendía sus crápulas. Le reemplazaron por Focio, quien en seis días recibió todas las órdenes de la Iglesia. Focio se sublevó contra el Papa y se declaró patriarca universal. Fue descripto como "el hombre más artero y sagaz de su época: hablaba como un santo y obraba como un demonio". Su tentativa fracasó. Fue encerrado en un monasterio, donde murió en 886.
En el año
1054, el Papa León IX quien, amenazado por los normandos, buscaba una alianza con Bizancio, mandó una embajada a Constantinopla encabezada por su colaborador, el cardenal Humberto de Silva Candida, y formada por los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi. Los legados papales negaron, a su llegada a Constantinopla, el título de ecuménico al Patriarca Miguel I Cerulario y, además, pusieron en duda la legitimidad de su elevación al patriarcado. El patriarca se negó entonces a recibir a los legados. El cardenal respondió publicando su Dialogo entre un romano y un constantinopolitano, en el que se burlaba de las costumbres griegas y, tras excomulgar a Cerulario mediante una bula que depositó el 16 de julio de 1054 sobre el altar de la Iglesia de Santa Sofía, abandonó la ciudad. A su vez, pocos días después (24 de julio), Cerulario respondió excomulgando al cardenal y a su séquito, y quemó públicamente la bula romana, con lo que se inició el Cisma. Alegaba que, en el momento de la excomunión, León IX había muerto y por lo tanto el acto excomunicatorio del cardenal de Silva no habría tenido validez; añade también que se excomulgaron individuos, no Iglesias.
Con esto se ve que el Gran Cisma fue más bien resultado de un largo período de relaciones difíciles entre las dos partes más importantes de la Iglesia universal. Las causas primarias del cisma fueron sin duda las tensiones producidas por las pretensiones de suprema autoridad (el título de "ecuménico") del Papa de Roma y las exigencias de autoridad del Patriarca de Constantinopla. Efectivamente, el
Obispo de Roma reclamaba autoridad sobre toda la cristiandad, incluyendo a los cuatro Patriarcas más importantes de Oriente; los Patriarcas, por su lado, alegaban, segun su entendimiento e interpretación de la Sagrada Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, que el Obispo de Roma solo podía pretender ser un "primero entre sus iguales" o "Primus inter pares". Por su parte, los Papas, según su interpretación de la Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, declaraban que "es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con la Iglesia (de Roma), por considerarla depositaria primigenia de la Tradición apostólica" (San Irineo de Lyon, s. II d. C.). También tuvo gran influencia el Gran Cisma en las variaciones de las prácticas litúrgicas (calendarios y santorales distintos) y disputas sobre las jurisdicciones episcopales y patriarcales.
La Iglesia se dividía entonces a lo largo de líneas doctrinales, teológicas, políticas y lingüísticas (
griego para las liturgias en Oriente, latín en las occidentales).


Reunión ecuménica: Se puede alegar que ambas iglesias se reunieron en 1274, en el Segundo Concilio de Lyon y en 1439, en el Concilio de Basilea, pero en cada uno de estos eventos, las intenciones conciliares se vieron frustradas por el mutuo repudio posterior.
En años recientes, algunas
Iglesias orientales decidieron aceptar la primacía absoluta del Papa y ahora se denominan Iglesias orientales católicas.
Con todo, tanto la
Iglesia Ortodoxa como la Iglesia Católica Romana, reivindican también la exclusividad de la fórmula: "Una, Santa, Católica y Apostólica" implicándose cada una como la única heredera legítima de la Iglesia primitiva o universal y atribuyendo a la otra el haber "abandonado la iglesia verdadera" durante el Gran Cisma. No obstante estas consideraciones, tras el Concilio Vaticano II (1962), la Iglesia Católica Romana inició una serie de iniciativas que han contribuido al acercamiento entre ambas iglesias, y así el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras I decidieron, en una declaración conjunta, el 7 de diciembre de 1965, «cancelar de la memoria de la Iglesia la sentencia de excomunión que había sido pronunciada»

Finales de la Edad Media:

Las Cruzadas :
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Motivos:

Básicamente, parece que fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con
Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente, aunque se declararan con principio y objeto de recuperar Tierra Santa para los peregrinos, de los cuales los turcos selyúcidas, una vez conquistada Jerusalén, abusaban sin piedad.
Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron muy diversas, aunque en muchos casos se puede suponer también un verdadero fervor religioso.
Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un solemne voto para liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana. El origen de la palabra se remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.
Antecedentes: Para poder comprender qué razones tenía la historia de
Europa y del Oriente Próximo para tomar semejantes rumbos, debemos remontarnos a los años inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y ver qué estaba sucediendo en el mundo de aquel entonces.
En torno al año
1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del mundo conocido. Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno centralizado y absoluto en la persona del Emperador, además de un ejército capaz y profesional, hacían de la ciudad y los territorios gobernados por ésta (el Imperio bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por el Emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y absorbidos en su totalidad.
Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza proveniente de
Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se habían convertido al Islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuk), con todo el fanatismo de los recién conversos, se lanzó contra el "infiel" Imperio de Constantinopla. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las tropas turcas, y uno de los co-Emperadores fue capturado. A raíz de esta debacle, los Bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.
Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia
Siria y Palestina. Una a una las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén.
Estos dos hechos conmocionaron tanto a
Europa Occidental como a la Oriental. Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a engullir lentamente al mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas. La paciencia iba a agotarse en algún momento.
La Primera Cruzada no supuso el primer caso de Guerra Santa entre cristianos y musulmanes inspirada por el papado. Ya durante el papado de
Alejandro II, éste predicó la guerra contra el infiel musulmán en dos ocasiones. La primera ocasión fue durante la guerra de los normandos en su conquista de Sicilia, en 1061, y el segundo caso se enmarcó dentro de las guerras de la Reconquista española, en la batalla de Barbastro de 1064. En ambos casos el papa ofreció la Indulgencia a los cristianos que participaran.

En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi ("soldados de Cristo") para que fuesen en ayuda del Imperio bizantino tras su dura derrota en la batalla de Mantzikert. Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió bastante oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra Santa durante el siglo XI y a los que la conquista de Anatolia había cerrado las rutas terrestres hacia Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención de occidente en los acontecimientos de oriente.[3]
En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió hacer frente de manera enérgica al expansionismo turco. Pero pronto se dio cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con Occidente, a pesar de que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en 1054. Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía muy bien el poder de los normandos. Y ahora los quería como aliados.
Alejo envió emisarios a hablar directamente con el
papa Urbano II, para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El Papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada "Tregua de Dios", mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de demostrar el poder del papa sobre la voluntad de Europa.
En
1095, Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Piacenza. Allí expuso la propuesta del Emperador, pero el conflicto de los obispos asistentes al concilio, incluido el Papa, con el Sacro Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba apoyando a un anti Papa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar.



La sociedad europea, en su devenir, había ido acumulando un considerable potencial bélico. Por otra parte, el
Islam se había erigido en un peligroso y fuerte enemigo. Ambas cosas se aunaron y dieron origen a las Cruzadas, proyectadas por la Cristiandad Occidental para salvar a la Cristiandad Oriental de los musulmanes. El resultado, sin embargo, quedó lejos de los propósitos y, en puridad, el movimiento cruzado, considerado históricamente, fue un fracaso discutible (aunque más de cien años de comercio demuestren lo contrario).
Steven Runciman lo resume así: Cuando Urbano II predicó su magno sermón en Clermont, los turcos estaban a punto de amenazar el Bósforo. Cuando el Papa Pío II predicó la última cruzada, los turcos estaban cruzando el Danubio. Rodas, uno de los últimos frutos del movimiento, cayó en poder de los turcos en 1523, y Chipre, arruinada por las guerras con Egipto y Génova, y anexionada finalmente a Venecia, pasó a ellos en 1570. Todo lo que quedó para los conquistadores de Occidente fue un puñado de islas griegas que Venecia mantuvo precariamente en su poder.
El avance turco fue contenido por el esfuerzo conjunto de la cristiandad, y por la acción de los Estados a quienes atañía más de cerca, Venecia y el
Imperio de los Habsburgo, con Francia, la antigua protagonista de la guerra santa, ayudando al infiel de modo continuado.
Hubo ocho cruzadas desde el
siglo XI hasta el siglo XIV.


Primera Cruzada:

Al Papa
Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.
El Papa
Urbano II (1088-1099) fue quien la puso en práctica. En 1095, la invitación a la lucha contra los turcos arribaría en embajadas francesas e inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría (Hungría no se unirá a las primeras cruzadas por guardar el luto de 3 años del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría (1046-1095), quien antes de morir habría aceptado participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento formal de Urbano II se sucedió en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera cruzada (1096-1099).

Segunda Cruzada:

Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y sobrevivir. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces que extendieron el reino a toda la tierra entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente se integraron en el cambiante sistema de alianzas locales y así pudieron verse enfrentamientos entre la alianza de un Estado cristiano con uno musulmán contra la alianza de otro Estado cristiano con otro Estado musulmán.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida orientalizante, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de
jihad o Guerra Santa, principalmente entre la población, movilizada por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos Estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos cristianos.
El primero de estos fue
Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el Papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor asimismo de la regla de los templarios) predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por
Luis VII de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén. La expedición fue un fracaso, ya que tras sólo una semana de asedio infructuoso, los ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus patrias. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados francos. Más tarde, el ataque por parte de Balduino II a Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera Cruzada.

Tercera Cruzada:
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente
califato fatimí de Egipto llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de éste. Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de sólo 12 años y quien a la postre resultó envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino era un hombre sabio y logró la absoluta unión de las facciones musulmanas, así como el control político y militar desde Egipto hasta Siria.
Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. El Reino de Jerusalén, regido por el Rey Leproso,
Balduino IV de Jerusalén, y rodeado ya por un sólo Estado, se vio obligado a firmar frágiles treguas seguidas por escaramuzas, tratando de retrasar el inevitable final.
Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido patriarca, el general en jefe del ejército unido de Jerusalén: Guy de Lusignan. El mismo apoyaba una política agresiva y de no negociación con los sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate, cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de la inferioridad numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy de lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su obsesión en enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la protección de la ciudad y de sus habitantes.


Reinaldo de Châtillon era un bandido con título de caballero que no se consideraba atado por las treguas firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó expediciones de piratas para atacar a los barcos de peregrinos que iban a La Meca, ciudad muy importante para los musulmanes. El ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias manos.
Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado, junto con los
Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin el 4 de julio de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados, dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de la Vera Cruz. Saladino mató con sus propias manos a Reinaldo de Châtillon. Algunos de los caballeros Templarios y Hospitalarios capturados fueron también ejecutados. Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del mismo año conquistó Jerusalén. Comparada con la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus habitantes debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron esclavizados. El reino de Jerusalén había desaparecido.
La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el papa
Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En esta participaron reyes de los más importantes de la cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado III). Éste último, al mando del grupo más poderoso, siguió la ruta terrestre, en la que sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el emperador murió ahogado mientras se bañaba en el rio Salef (en la actual Turquía) y su ejército ya no continuó hacia Palestina. Barbaroja durante su estadía en el Reino de Hungría le había pedido al príncipe Géza, hermano del rey Béla III de Hungría que se uniése a las fuerzas cruzadas, así, un ejército de 2.000 soldados húngaros partió al lado de los germánicos. Si bien luego de los conflictos bélicos el rey húngaro habría llamado de regreso a sus fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que no tenía buenas relaciones con Béla III.
Los ejércitos inglés y francés llegaron por la ruta marítima. Su primer (y único) éxito fue la toma de
Acre el 13 de julio de 1191, tras la cual Ricardo realizó una matanza de varios miles de prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno para seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y además le valió el nombre por el que sería reconocido en la historia, Corazón de León.
Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en su país y molesto por las rivalidades con Ricardo, por lo que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la cruzada. Este llegó hasta las proximidades de Jerusalén, pero en lugar de atacar prefirió firmar una tregua con Saladino, temiendo que su ejército diezmado de 12.000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no arriesgar militarmente una derrota que no le daría a los cristianos la posibilidad del control posterior de la Ciudad Santa, pactaron con el mismo Saladino, quien también estaba cansado y diezmado, la tregua que permitía el libre acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa.
Saladino falleció seis meses después. Ricardo murió en
1199 por una flecha a su regreso a Europa. De esta forma, se cerraba la Tercera Cruzada con un nuevo fracaso para los dos bandos, dejando sin esperanzas a los Estados francos. Era cuestión de tiempo para que desapareciera la estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo, resistieron aún un siglo más.

Cuarta Cruzada:

Tras la tregua firmada en la Tercera Cruzada y la muerte de Saladino en 1193, se sucedieron algunos años de relativa paz, en los que los Estados francos del litoral se convirtieron en poco más que colonias comerciales italianas. En 1199, el Papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los Estados cruzados. Esta Cuarta Cruzada no debería incluir reyes e ir dirigida contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes.
Al no ser ya posible la ruta terrestre, los cruzados debían tomar la ruta marítima, por lo que se concentraron en
Venecia. El dux Enrico Dandolo se coaligó con el jefe de la expedición Bonifacio de Montferrato y con un usurpador bizantino, Alejo IV Ángelo para cambiar el destino de la cruzada y dirigirla contra Constantinopla, al estar los tres interesados en la deposición del basileus del momento, Alejo III Ángelo.
Inicialmente, los cruzados fueron empleados para luchar contra los húngaros en
Zara, por lo que fueron excomulgados por el Papa. Desde allí se dirigieron hacia Bizancio, donde consiguieron instalar a Alejo IV como basileus en 1203. Sin embargo, el nuevo basileus no pudo cumplir las promesas hechas a los cruzados, lo que originó toda clase de disturbios. Fue depuesto por los propios bizantinos, que coronaron a Alejo V Ducas. Esto provocó la intervención definitiva de los cruzados, que conquistaron la ciudad el 12 de abril de 1204. El saqueo de la ciudad fue terrible. Miles de cristianos (incluyendo mujeres y niños) fueron asesinados por los cruzados. Desvalijaron y destruyeron mansiones, palacios, iglesias y la propia basílica de Santa Sofía. Europa occidental recibió un aluvión de obras de arte y reliquias sin precedentes, producto de este saqueo.
Con ello llegaba a su fin el Imperio Bizantino, que se desmembró en una serie de Estados, algunos latinos y otros griegos. De éstos, el llamado
Imperio de Nicea conseguiría restaurar una sombra del Imperio Bizantino en 1261.
Los cruzados establecieron el llamado
Imperio Latino, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil sobre la mayoría de los territorios que supuestamente controlaba (y nula sobre los Estados griegos de Nicea, Trebisonda y Epiro).
La Cuarta Cruzada asestó un doble golpe a los Estados francos de Palestina. Por un lado, les privó de refuerzos militares. Por otro, al crear un polo de atracción en Constantinopla para los caballeros latinos, produjo la emigración de muchos que estaban en Tierra Santa hacia el Imperio Latino, abandonando los Estados francos.

Las cruzadas menores:

Tras el fracaso de la cuarta, el espíritu cruzado se había apagado casi por completo, pese al interés de algunos papas y reyes por reavivarlo. Si los Estados francos sobrevivieron hasta 1291 fue por la intervención de los mongoles que ,al acabar con el califato Abbasí en 1258 y conquistar la región de Oriente Medio, dieron un respiro a los latinos, al no ser los mongoles hostiles al cristianismo.
La convicción de que los reiterados fracasos se debían a la falta de inocencia de los cruzados, llevó a la conclusión de que sólo los puros podrían reconquistar Jerusalén. En
1212 un predicador de 12 años organizó la llamada cruzada de los niños, en la que miles de niños y jóvenes recorrieron Francia y embarcaron en sus puertos para ir a liberar Tierra Santa. Fueron capturados por capitanes desaprensivos y vendidos como esclavos. Tan sólo algunos consiguieron regresar al cabo de los años. El cuento era popular en la Edad Media, pero la mayoría de los historiadores creen que este cuento se exagera, o que es un mito.

Quinta Cruzada: La V Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III, uniendóse al rey cruzado Andrés II de Hungría, quien llevó hacia oriente el ejército más grande en toda la Historia de las Cruzadas. Como la IV Cruzada, tenía como objetivo conquistar Egipto. Tras el éxito inicial de la conquista de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la supervivencia de los Estados francos, a los cruzados les pudo la ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado, en 1221.

Sexta Cruzada: La organización de la VI Cruzada fue un tanto rocambolesca. El papa había ordenado al emperador Federico II Hohenstaufen que fuera a las cruzadas como penitencia. El emperador había asentido, pero había ido demorando la partida, lo que le valió la excomunión. Finalmente, Federico II (que tenía pretensiones propias sobre el trono de Jerusalén) partió en 1228 sin el permiso papal. Sorprendentemente, el emperador consiguió recuperar Jerusalén mediante un acuerdo diplomático. Se autoproclamó rey de Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y Nazareth.


Séptima Cruzada: En 1244 volvió a caer Jerusalén (esta vez de forma definitiva), lo que movió al devoto rey Luis IX de Francia (San Luis) a organizar una nueva cruzada, la Séptima. Como en la V, se dirigió contra Damieta, pero fue derrotado y hecho prisionero en Mansura (Egipto) con todo su ejército.

Octava Cruzada: Vuelto a Francia, el mismo rey emprendió la llamada VIII Cruzada (1269) contra Túnez, aunque en realidad era un peón en los intereses de su hermano Carlos de Anjou rey de Nápoles, que quería evitar la competencia de los mercaderes tunecinos. La peste acabó con el rey Luis y gran parte de su ejército en Túnez (1270).
Aunque algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se organizaron más y, en
1291, los cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut tras la caída de San Juan de Acre. A fin de cuentas, el único triunfo relevante de la Cristiandad durante los dos siglos de más de ocho cruzadas fue la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en la primera cruzada en el año 1099, la cual, a pesar de las innumerables matanzas de sarracenos, judíos (hombres, mujeres y niños), logró sostener la Ciudad Santa por muchos años, y encontró los objetivos marcados inicialmente por los defensores de la idea de reconquistar la tierra llamada santa para los cristianos de Europa.

Guerras con la calificación de Cruzada en territorio europeo:

La cruzada de Segismundo de Hungría: Ésta cruzada es considerada la última de magnitud paneuropeo que se libró contra el imperio otomano. En 1396 el rey Segismundo de Hungría organizó una guerra cruzada para asediar a la ciudad griega de Nicópolis, la cual se hallaba bajo control turco otomano. De esta forma, los ejércitos del Príncipe Mircea I de Valaquia y del Duque Juan I de Borgoña avanzaron bajo la dirección del rey húngaro Segismundo decididos a expulsar a los otomanos de los territorios de los Balcanes.
La defensa de la ciudad resultó imposible de vencer, y la falta de máquinas de asedio por parte de las fuerzas aliadas concluyó en una severa derrota. La victoria turca en el
Asedio de Nicópolis puso en amenaza a las naciones europeas, y consolidó el poder otomano en la frontera con el Reino de Hungría.

Las Cruzadas Bálticas: Fueron una serie de campañas emprendidas por los líderes cristianos de Alemania, Dinamarca y Suecia, entre los siglos XII y XVI, con el objetivo principal de subyugar y convertir a los pueblos paganos de la cuenca del Báltico y contra otros pueblos cristianos considerados igualmente infieles. Uno de los actores principales de dichas campañas fue la Orden Teutónica, que había sido previamente creada en Palestina.
Las cruzadas en el Báltico responden a un movimiento social desarrollado en el Imperio Alemán a mediados del siglo XII. Este movimiento se conoce como Drang nach Osten.

Cruzada contra los albigenses: En 1209 el Papa Inocencio III proclamó la cruzada albigense con el fin de eliminar la herejía de los cátaros y erradicarlos del sur de Francia.

Cruzadas en la Reconquista española: Algunos momentos del período final de la Reconquista recibieron del Papa la calificación de cruzada, dada su condición de enfrentamiento de reinos cristianos contra reinos islámicos. No obstante, la motivación de la búsqueda de tal denominación no era tanto el interés por lograr la presencia de nobles europeos del otro lado de los Pirineos (muy poco importante), como la de obtener algún tipo de derechos fiscales para la monarquía (sobre los ingresos del clero o como Bula de Cruzada). Las ocasiones principales fueron la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que estuvieron presentes casi todos los reyes cristianos peninsulares, y la Guerra de Granada (1482-1492).Cruzada de Juan Hunyadi, regente de Hungría: El avance turco sobre el Reino de Hungría resultaba inminente. El fracaso de los ejércitos cruzados del rey Segismundo de Hungría en la Batalla de Nicópolis de 1396 y la derrota de los ejércitos húngaros en la Batalla de Varna en 1444 en la cual murió el rey Vladislao I de Hungría le dio fortaleza al imperio otomano. De esta forma, continuó su marcha en dirección hacia Belgrado, ciudad serbia fronteriza con el reino húngaro en 1456. De inmediato, el regente húngaro Juan Hunyadi (quien tras la muerte del monarca conducía el reino mientras el príncipe heredero Ladislao el Póstumo cumplía la mayoría de edad para ascender al trono) respondiendo al llamado del Papa Calixto III y asistido por San Juan Capistrano, organizaron un ejército cruzado húngaro que hizo frente a los otomanos invasores. La batalla concluyó con una total victoria para el regente húngaro y la amenaza turca fue detenido por casi un siglo.

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